lunes, 18 de octubre de 2010

Carta a Miguel

Miguel…amado Miguel, he pasado por tu casa recientemente, después de irme de paseo por un tiempo…debía pensar, debía asimilar, debía aguardar. Los trances del alma, me dijo alguien una vez, se comprenden mejor en el desierto.

Al regresar, noté que la fortaleza que protegía tus muros de repente se deterioró, pese a que la casa estaba llena. ¿Qué sucedió?...Justo cuando empezaba a acostumbrarme a lo maravilloso de tus traviesas pero verídicas señales, cuando empezaba a sentir que realmente no todo queda en la carne, cuando empezaba a creer que realmente en la casa todos estábamos conscientes de que estamos hechos del tono incoloro de las gotas que arroja la suave morada desde donde me observas; el cielo se sacudió, la condición humana predominó…y lo demás tú lo sabes.

Ay Miguel, querido príncipe, éramos de otro mundo y lo mundano nos consumió. Debes observar triste cómo tu casa se divide, cómo entran los sentimientos engendrados en lo más recóndito del infierno…Pero Dios te delegó como jefe de la milicia celestial, el encargado de erradicar todo aquel inmundo ser que penetre en los muros del alma de los hombres, y en las paredes de tu casa.

Mi humanidad no me permite recordar si en tiempos previos ésto ha ocurrido, y sucede nuevamente como parte de un ciclo de prueba que debemos superar…no sé si nos haz arrojado la lección mil veces y no la hemos sabido agarrar en el aire antes de que hiciera colisión, realmente no lo sé. De lo único que estoy segura es que tú sabes con certeza que no he sido principalmente yo quien la dejó caer.

Ésto no es un cuento, es por eso que me quito hoy las alas...pero no las que se parecen a las tuyas, sino otra variedad. Lo lamento Miguel, te amo, y sé que jamás estarás lejos de mi ni de mi familia, y sé lo que luchaste para reunirnos después de tantas vidas, pero hoy yo me quito las alas.

Continuaré enviándote cartas, pensando en ti, llamándote con el latir de mi pecho…pero me tengo que , porque en tu casa, nuestra casa, no hay cabida para la ira infundada y ligera, ni para el orgullo inservible…mientras habiten allí, venerado Miguel, no puedo regresar. Debo partir, tengo muchas cosas que perder si me quedo, podrían aprovecharse de mi humanidad…yo prefiero seguir con las vestiduras limpias, de esa manera quiero llegar hasta el reino.

Confío plenamente que en cuanto ellos abandonen la casa, seré la primera en oír tu llamado, en ver el camino de vuelta…pero puede que no sea en esta oportunidad. Me despido, precioso Miguel, hasta luego…no dejes de observarme, te estaré buscando donde sea que mire. Te amo siempre.


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