martes, 14 de diciembre de 2010

Dios me regaló una estrella


Hace un par de días, igual que los soñadores, ilusos y/o lunáticos, miraba hacia arriba en busca de respuestas. Aquí el cielo nocturno es, generalmente, completamente oscuro y liso. Sin embargo, continué mirando insistentemente de un lado a otro, tal vez sólo para no tener que mirarme los pies nuevamente y recordar que seguía con ellos puestos en la tierra, en este plano físico lleno de sensaciones palpables, las cuales en algunas ocasiones nos corroen el alma de dolor.

De pronto, recordé una frase que me dijo un ser amado, “mirar al cielo en busca de Dios es absurdo, mientras no mires a tu alma, donde Él habita desde tiempos inmemorables”. Entonces, pues, busqué dentro de mí, y sentí la inminente necesidad de preguntar a Dios si las aguas contaminadas correrían pronto y dejarían espacio para albergar nuevamente un mar libre de impurezas, y aunque parezca salido de un libro de espiritualidad y/o autoayuda, la verdad es que, al hacer esa pregunta para mis adentros y dirigida al padre celestial, miré hacia abajo con los ojos tristes. Seguidamente, levanté mi rostro y allí estaba. Esa estrella que clamé con el alma, una órbita titilante apareció justo en frente de mí, solitaria, en el manto estelar vacío, sólo brillando para mí…en respuesta a mi interrogante. Dios me regaló una estrella.

Al principio lo confundí, creí que era señal de que Dios estaba conmigo, pero, como siempre, un ser sabio y sensible me hizo caer en cuenta de que el Alpha y Omega siempre está aquí. Aquello fue la hermosa respuesta a mi tribulación. Ahora sólo es cuestión de paciencia.

Algunas veces, cuando pienso en Dios, escucho o entono una melodía de alabanza, se me hace un nudo en la garganta, me entran ganas de llorar de amor…amor por Dios y su hijo. Dicen que cuando se ama, la excitación del corazón no se comprende, se llora de gozo cuando el espíritu de Dios es advertido por uno. Es realmente hermoso.

Él actúa de maneras misteriosas, aunque las pruebas nos parezcan dolorosas, estoy convencida de que todo tiene un propósito sabio, aquel que nos ayudará a aprender la lección por la cual estamos encarnados en esta tierra y que nos permitirá avanzar hacia la perfección y pureza espiritual que nos llevará ante los pies del Supremo. Nada es para siempre, sólo el amor de Dios es sublime e infinito, aquello de lo que me aferro, no importa qué. Dicen que cuando Él borra lo torcido es porque escribirá caminos sobre líneas derechas. Por eso, confió tanto en sus sabios propósitos que sé que, bueno o malo, una experiencia bella e importante siempre queda después de un corazón roto, depende de nosotros mismos avanzar o tropezar de nuevo.