No voy a contar todo el historial de las veces que me hanexprimido el bolsillo, pues no tendría para cuando terminar y estoy segura que a ti que lees también te ha pasado infinidades de veces. Sin embargo, quiero recordar un diciembre que estaba en la fila de uno de los cafetines de la universidad. No sé si en otros países lo hacen pero aquí en Venezuela todos los negocios colocan un ‘pote’ para recolectar propinas de aguinaldos. Cuando me atiende la cajera y le extiendo la mano para recibir mi vuelto me grita de la manera más grotezca y ordinaria que tiene el maracucho para hablar: “Ey catira dale los dos mil bolos pa’l pote veeee”; yo la miré con cara de pocos amigos y le dije: “no puedo, ese cambio es para irme en carrito”, y la muy descarada me respondió con tono molesto: “¡Ay qué molleja vos si sois! ¡te vais a empobrecer!”.
No es por no ayudar, no es por no dar una propina, no es porque nos convirtamos en personas mezquinas, sino que en todos lados es increíble la cantidad de gente que pide y pide dinero. Tendríamos que salir con un saco de monedas y billetes de baja denominación sólo para dar propinas y ayudas a los que se paran en los semáforos, a los que cuidan los estacionamientos, a los dependientes de las tiendas, a los que se montan en los buses, en fin, toda una sociedad de gente hambrienta de unos centavos que unos se gastan en comida y otros en vicios y adicciones.
Este día mi cartera quedó llorando, pues no sólo me estafó un deshonesto más del montón sino que la abundante pobreza se hace presente a donde quiera que vamos, sin darnos cuenta que también estamos siendo arrastrado hacia ella, no sólo por lo cara que está la vida a medida que transcurren los días sino que nunca falta un vivaracho que quiere pasarse de listo y nos jode, pero mucho peor actuamos nosotros en dejar pasar tantas y tantas acciones de gente que sólo se aprovecha de nuestra buena voluntad.